Una mesa enorme se alargaba por la habitación. Opio, hachís, LSD, cocaína, heroína, marihuana, y la lista continuaba. Todas estas drogas desbordaban la mesa; todas estas drogas vaticinaban una fiesta de la cual probablemente no recordarían nada al día siguiente. Y es que ese era un día especial, era su cumpleaños y había que celebrarlo en grande...
Un misionero le da palabras de aliento a un niño que muere a causa del sida. Le dice que Dios está con él y que no desespere. Este misionero trabaja en Centroamérica ayudando a niños de la calle, pandilleros, prostitutas y a niños infectados con sida. Sus días de drogas y excesos están lejos.
Hanns Myhulots, así se llama ese misionero que hace tantos años se estaba drogando en algún lugar de París. Tres palabras cambiaron su vida: “Jesús te ama” , después de escuchar esto nunca volvió a ser el mismo.
El 19 de febrero de 1971 nació en París, Francia; Hanns. Llegó a una familia donde el dinero nunca fue un problema; el señor y la señora Myhulots siempre habían sido muy trabajadores, de hecho él mismo los describiría como “exageradamente trabajadores”. Querían asegurarse que a sus hijos no les faltara nada.
Hanns crecía y, en efecto, nunca le faltó nada material, tuvo todo lo que un niño quisiera tener. Todo, menos la atención y el cariño de sus padres. Siempre que intentaba hablar con ellos, éstos no tenían tiempo. Tenían que trabajar, o ir de compras, o simplemente estaban demasiado ocupados en otras cosas; y en lugar de escuchar a su hijo, le daban dinero y lo mandaban a otra parte. Esto causó que Hanns comenzara a sentirse solo; quería tener una familia y al ver que no la tenía en su casa, se fue a buscar una en otra parte. A pesar de esto, él nunca culpa a sus padres. “Yo tengo 98% de la culpa” –afirma.
En el colegio, estaba este grupo de chicos, los más populares. Ellos eran los más relajeros, los que siempre estaban vestidos a la moda, los más peleoneros, los que siempre se veían felices. Hanns, al verlos, se dio cuenta que ellos siempre estaban juntos, como una familia y empezó a querer pertenecer a ese grupo. El problema era que ellos estaban en último año y el tenía apenas 9 años. ¿Cómo hago para que me acepten? Se preguntaba. La respuesta le llegó antes de lo que esperaba.
Uno de esos días, se enteró que su hermano estaba saliendo con una de las chicas del grupo y se dio cuenta que ahí estaba su entrada. Poco a poco se empezó a juntar con ellos y más rápido de lo que se imaginó ya era parte del grupo. Aunque ellos lo consideraban como una mascota por su corta edad, Hanns, al fin se sentía parte de algo, ya no estaba solo.
Los días pasaban y se empezó dar cuenta que si en serio quería pertenecer a ese grupo tenía que empezar a hacer lo que ellos hacían. Reírse de los que ellos se reían, ir a las fiestas a las que ellos iban, consumir las drogas que ellos consumían. A pesar que ellos nunca lo obligaron, Hanns, en su desesperación por sentirse aceptado decidió hacerlo. Comenzó con los chistes, las fiestas y por último con la cocaína. Dos buenas líneas de coca a la semana, prácticamente nada. Es una vez por semana, con mis amigos, para el party, es gratis, yo soy inteligente, cuando yo quiero lo dejo, piensa. Hanns iba creciendo y el consumo de cocaína iba aumentando, cada vez más seguido y en mayor cantidad, y pronto llegó la heroína. Se estaba convirtiendo en un drogadicto compulsivo, pero a él no le importaba, él creía que sus únicos amigos eran aquellos que le daban drogas.
El consumir heroína es difícil de ocultar debido a las marcas que dejan las agujas, pero eso no era un problema para Hanns, ya que se la inyectaba en medio de los dedos de los pies y de ese modo sus padres nunca se enterarían que estaba drogándose. Pero consumió tanta que pronto dejó de sentirla en los pies y comenzó a inyectarla debajo de su lengua y detrás de sus oídos, todo sea por la heroína.
El estar drogándose continuamente no es un vicio barato, debió conseguir dinero sin que sus padres se enteraran para qué lo estaba usando. Sus amigos que le le dijeron: “Primero pagas y después consumes”. Aunque no siempre fue así. Al principio se la daban gratis, no tenía de que preocuparse. Luego le pedían unos cuantos billetes para juntar dinero y comprarlas entre todos. Después le decían: “No te preocupes, tienes crédito. Pagas después”. Pero lo bueno dura poco y ahora necesitaba el dinero. ¿Cómo conseguirlo? se cuestionaba.
Lo único que se le vino a la mente fue robar, y robar de su propia casa. Comenzó a llevarse sus propias cosas y a venderlas para conseguir el dinero. Sus padres se dieron cuenta que empezaban a faltar cosas y cuando le preguntaban a Hanns, él les decía: “De seguro fue la que hace la limpieza”. Ellos le creyeron, aunque sospechaban, le creyeron. Y es que ellos no podían aceptar que su hijo era un drogadicto y un ladrón, simplemente no puede ser se decían para si mismos de seguro es uno de esos sus amigos, pero mi hijo no. Mientras sus padres seguían creyendo que Hanns era inocente él seguía robando, robando todo: las puertas incluyendo el marco, el inodoro. Él mismo afirmaría tiempo después: “no vendí a mi abuela por que no me daban mucho”. Y cuando en su casa ya no había nada que robar, fue a visitar a su tíos para ver qué tenían ellos que le pudiera servir. Pronto sus padres se dieron cuenta que Hanns tenía un problema.
Hanns ya no era un niño, ya no podía seguir viviendo con sus padres, y menos ahora, que era más evidente que nunca que tenía un problema con las drogas. Decidió irse a las calles a probar suerte. Robar, consumir y dormir; eso era lo que hacía todos los días; eso era lo que lo metió en problemas y causó que lo arrestaran más de treinta veces; eso fue lo que provocó que terminara durmiendo en el frío y duro pavimento.
De vivir en una lujosa casa en las afueras de París, a dormir en las calles. De consumir un gramo de cocaína a la semana, a consumir 20 gramos al día. De gastar unos cuantos billetes en drogas, a gastar más de 2 mil dólares diarios. Su vida iba en picada y no había nada que la detuviera.
La soledad lo llevó a sus malas amistades; sus amistades lo llevaron a las drogas; las drogas lo llevaron a una secta satánica. Al principio no sabía a que se estaba metiendo, pero, una vez más, la necesidad que él sentía por ser aceptado provocó que accediera a ingresar a esa secta. Entrar no era sencillo, debía pasar por una iniciación. Esta iniciación consistía en correr cien metros, mientras lo golpeaban con cadenas y bates, sin quejarse. Recibió lo que él describe como: “la paliza de mi vida”; pero lo logró. Después de esto ingresó al hospital con cuatro costillas rotas, mas no importaba, él era parte del grupo. Al salir, los miembros de la banda lo recibieron y le pusieron su tatuaje, el cual no era en realidad un tatuaje, sino una marca con un hierro caliente. Lo marcaron como si fuera ganado. Con el pasar del tiempo, Hanns, se dio cuenta que eso era una secta satánica, pero ya era demasiado tarde. Dentro de los rituales que ejecutaban, realizaban actos indescriptibles: desde jugar ouija; a sacrificar vírgenes y tener sexo con hombres y mujeres. Pero nada de esto lo llenó, seguía sintiendo un vacío por dentro.
Su cumpleaños número dieciocho llegó y lo celebra junto con su banda. Una mesa enorme se alargaba por la habitación. Opio, hachís, LSD, cocaína, heroína, marihuana, y la lista continuaba. Todas estas drogas desbordaban la mesa; todas estas drogas vaticinaban una fiesta de la cual probablemente no recordarían nada al día siguiente. Y es que ese era un día especial y había que celebrarlo en grande. “Ese party fue tan bueno, tan bueno, que Jesús bajó a la tierra, yo lo vi”. Hanns estaba en tal estado que creyó haber visto a Jesús. “Él fumó marihuana conmigo” – testifica. Y en su alucinación, a parte de compartir un porro con él, Jesús le da un regalo: alas, dos alas grandes, blancas y hermosas. Con estas alas, Hanns, pretendió poder volar y dentro de esta ilusión subió a la terraza del tercer piso y se lanzó...
Cayó...
Cayó parado. Sus piernas se salieron hacia arriba, su columna y cadera quedaron totalmente destruidas. “ Mi columna quedó como un acordeón”. Estuvo dos meses en coma. “Cuando desperté lo primero que dije fue: ‘Má, ráscame los dedos de los pies’. Mi mamá se rió y me dijo: ‘¿Cuáles dedos? Tú no tienes pies’. Desperté siendo un drogadicto, porque eso no se me quitó; pero también desperté siendo discapacitado”. Hanns perdió sus piernas; tuvo cirugía plástica en su cara; tiene un clavo atravesándole su columna y cuatro placas en donde antes estaba su cadera; todo por causa de las drogas.
Cuando él estaba en lo más bajo: acababa de perder sus piernas; su familia lo había dejado; había perdido toda esperanza, se le acerca un misionero italiano, Giuspi Larenti y le dice: “Jesús te ama”. Esta frase tan sencilla lo impactó más que cualquier otra cosa. Hanns no sabía que Jesús lo amaba, no sabía nada acerca de él. Para Hanns, saber que, a pesar de todo lo que había hecho, Dios lo seguía queriendo era increíble. Después de esta revelación tan importante en su vida, decidió cambiar completamente: dejó las drogas y accede a volverse misionero por un año. Anteriormente, en la secta, había vendido hasta su cuarta generación en pactos con Satanás; así que lo primero que decide es hacer un pacto con Dios, un pacto que rompa con cualquier otro. Y así lo hace, le dice: “Señor, toma control en mi vida”.