Un día, estaba Hanns en El Salvador, trabajando con niños de la calle en un barrio llamado “El Trovador”. Estaba él, junto con otras personas de la organización, mostrándoles el amor a Dios a los niños, cuando uno de ellos, el Chino, se les acercó, y les dijo: “¿De qué Dios me están hablando? ¿Dónde estaba Dios cuando mi papá me violó? ¿Dónde estaba cuando mi papá me vendía con sus amigos para que me violaran? ¿Dónde, cuando me infectaron de sida?” Al oír esto de boca de un niño de catorce años, Hanns quedó muy conmovido e impactado. De hecho quedó tan atónito que se enojo con Dios. Él mismo describe como le reclamó a Dios y le dijo: “¿Sabes qué Dios? Ya no quiero saber nada de ti. Renuncio.” Por días dejó de ir a la iglesia y dejó de rezar. Sus líderes, al darse cuenta que Hanns estaba actuando raro, le preguntaron qué le pasaba. Él les contó lo sucedido, y ellos le dijeron que así como un misionero italiano lo había ayudado a él; él tenía que ayudar al Chino a encontrar a Dios. Después de escuchar esto, Hanns resolvió ayudarlo y lo empezó a acercar a Dios y a enseñarle a estar agradecido por las cosas buenas. Mas, lamentablemente, el sida se les adelantó y el Chino se puso grave. Lo tuvieron que llevar al hospital Hermano Pedro, en Guatemala, para que tuviera un mejor morir. Mientras estaba internado, él quería ver a Hanns. Al principio, Hanns se negaba a ir, porque no quería ver al Chino, no iba a soportar verlo en ese estado. Pero al final, fue a verlo y quedó impactado con la imagen. “Lo único que sostenía sus huesitos era su piel, tenía más sondas que cabellos”. El niño estaba débil y moribundo, y antes de morir miró a Hanns y logró articular unas de sus últimas palabras, le dijo: “Hanns, uno más para Jesús”.
Después de este suceso tan conmovedor, Hanns, habló con sus superiores y les pidió autorización para llamar al ministerio “Uno Más para Jesús”. Y desde ese entonces, ése es el nombre de la organización.
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